En las últimas seis décadas, los fenómenos meteorológicos extremos han dejado una huella imborrable en nuestro planeta. Según datos de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), se han registrado 11 778 desastres relacionados con el clima y la hidrología. Detrás de estas cifras hay más que estadísticas: más de 2 millones de vidas perdidas y pérdidas económicas que ascienden a 3,9 billones de euros. Estas magnitudes reflejan con crudeza la vulnerabilidad de nuestras sociedades y la necesidad urgente de adoptar medidas preventivas y de concienciación.

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Pero frente a la magnitud del problema surge también la esperanza. Y, en este caso, viene de la mano de la juventud. Lejos de la etiqueta de “irresponsables ecológicos”, muchos jóvenes están demostrando una profunda preocupación por el planeta y una creatividad sorprendente para encontrar soluciones.​

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Ese fue el punto de partida del intercambio juvenil que se celebró en Muga de Sayago, del 27 de septiembre al 5 de octubre, reuniendo a jóvenes de España, Croacia, Irlanda, Italia, Grecia y Rumanía. Durante esos días, la localidad se convirtió en un espacio de encuentro, aprendizaje y cooperación, donde se compartieron experiencias y se construyeron lazos alrededor de un mismo compromiso: cuidar del medioambiente y hacerlo de manera inclusiva.

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El objetivo era claro: generar espacios donde jóvenes, personas con discapacidad y personas mayores puedan encontrarse, moverse y reflexionar juntos sobre la relación entre nuestras acciones cotidianas y el cambio climático. Porque la sostenibilidad no se trata únicamente de grandes acuerdos internacionales, sino también de pequeñas y constantes decisiones colectivas.

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Este proyecto demostró que, cuando la juventud toma la iniciativa, se puede construir una generación consciente y activa, capaz de comprender que cada gesto cuenta, y al mismo tiempo empoderada para transformar sus comunidades. Se trata de unir fuerzas en torno a una idea simple, pero poderosa: cuidar del planeta es cuidarnos a nosotros mismos.